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miércoles

Vivir de amor

En la última noche, la noche del amor,
hablando claramente y sin parábolas,
Jesús decía así:
«Si alguno quiere amarme, que guarde mi palabra,
que la guarde fielmente. Mi Padre le amará,
y vendremos a él, moraremos en él,
será para nosotros una morada viva,
será nuestro palacio.
Pero también queremos que more él en nosotros,
lleno de paz, que more en nuestro amor.»

¡Vivir de amor quiere decir guardarte
a ti, Verbo increado, Palabra de mi Dios!
Lo sabes, Jesús mío, yo te amo,
me abrasa con su fuego tu Espíritu de Amor.
Amándote yo a ti, atraigo al Padre,
mi débil corazón se entrega a él sin reserva.
¡Oh augusta Trinidad,
eres la prisionera, la santa prisionera
de mi amor!

Vivir de amor vivir es de tu vida,
glorioso Rey, delicia de los cielos.
Por mí vives oculto en una hostia,
por ti también, Jesús, vivir quiero escondida.
Soledad necesitan los amantes,
que hablen sus corazones noche y día.
Me hace feliz tan sólo tu mirada,
¡vivo de amor!

Vivir de amor
no es en la cima del Tabor su tienda
plantar el peregrino de la vida.
Es subir al Calvario
a zaga de las huellas de Jesús,
y valorar la cruz como un tesoro
En el cielo, mi vida será el gozo,
y el dolor será ido para siempre.
Mas aquí desterrada, quiero, en el sufrimiento,
¡vivir de amor!

Vivir de amor es darse sin medida,
sin reclamar salario aquí en la tierra.
¡Ah, yo me doy sin cuento, bien segura
de que en amor el cálculo no entre!
Lo he dado todo al corazón divino,
que rebosa ternura.
Nada me queda ya... Corro ligera.
Ya mi única riqueza es, y será por siempre
¡vivir de amor!

Vivir de amor es disipar el miedo,
aventar el recuerdo de pasadas caídas.
De aquellos mis pecados no veo ya la huella,
junto al fuego divino se han quemado
¡Oh dulcísima hoguera, sacratísima llama,
en tu centro yo fijo mi mansión.
Y allí, Jesús, yo canto confiada y alegre:
¡vivo de amor!

Vivir de amor guardar es, en sí misma,
en un vaso mortal, un inmenso tesoro.
Mi flaqueza es extrema, Amado mío,
disto mucho de ser un ángel de los cielos.
Mas si es verdad que caigo a cada paso,
lo es también que tú vienes en mi ayuda
y me levantas y tu gracia me das.
¡Vivo de amor!

Vivir de amor es navegar sin tregua
en las almas sembrado paz y gozo.
¡Oh mi Piloto amado!, la caridad me urge,
Pues te veo en las almas, mis hermanos.
La caridad me guía, ella es mi estrella,
bogo siempre a su luz.
en mi vela yo llevo grabada mi divisa:
¡Vivir de amor!

Vivir de amor es mientras Jesús duerme
permanecer en calma
en medio de la mar aborrascada.
No temas, ¡oh Señor!, que te despierte,
espero en paz la orilla de los cielos...
Pronto la fe desgarrará su velo
y habrá sido mi espera sólo un día.
La caridad me empuja, ella hinche mi vela,
¡vivo de amor!

Vivir de amor, Maestro amado mío,
es pedir que derrames tu luz y tu calor
del sacerdote en el alma santa, en su alma elegida.
¡Pueda ser él más puro que un serafín del cielo!
Y protege también a tu Iglesia inmortal,
no cierres tus oídos, Jesús, a mi clamor.
Hija suya soy yo, por mi Madre me inmolo,
¡vivo de amor!!

Vivir de amor es enjugar tu rostro,
es a los pecadores alcanzar el perdón.
¡Oh Dios de amor!, que vuelvan a tu gracia,
que bendigan tu nombre eternamente.
Hasta el alma me llega la blasfemia,
para borrarla yo canto cada día:
¡Oh nombre de mi Dios, te adoro y amo,
vivo de amor!

Vivir de amor
es imitar, Jesús, la hazaña de María
cuando bañó de lágrimas y perfumes preciosos
tus fatigados y divinos pies y los besó arrobada,
enjugándolos luego con sus largos cabellos...
Y alzándose del suelo, rompió el frasco
y tu cabeza María perfumó.
¡Oh Jesús, el perfume que yo doy a tu rostro
es y será mi amor!

«¡Vivir de amor, oh qué locura extraña
-me dice el mundo-, cese ya tu canto!
¡No pierdas tus perfumes, no derroches tu vida,
aprende a utilizarlos con ganancia!»
¡Jesús, amarte es pérdida fecunda!
Tuyos son mis perfumes para siempre.
Al salir de este mundo cantar quiero:
¡muero de amor!

¡Morir de amor, dulcísimo martirio,
y es el martirio que sufrir quisiera!
Acordad, querubines, vuestras liras,
siento que mi destierro va a acabar...
Llama de amor, consúmeme sin tregua.
¡Oh vida de un momento,
muy pesada tu carga se me hace!
¡Oh divino Jesús!, haz realidad mi sueño:
¡morir de amor!

Morir de amor, es ésta mi esperanza,
cuando vea romperse mis cadenas.
Mi Dios será mi recompensa grande,
otros bienes no quiero poseer.
Quiero ser abrasada por su amor,
quiero verle y unirme a él para siempre.
Este será mi cielo y mi destino:
¡¡¡Vivir de amor...!!!

Fecha: 26 de febrero de 1895. Composición espontánea.

A San José

Vuestra admirable vida
en la sombra, José, se deslizó
humilde y escondida,
¡pero fue augusto privilegio vuestro
contemplar muy de cerca la belleza
de Jesús y María!
Estribillo José, tierno Padre,
protege al Carmelo.
Que en la tierra tus hijos }
gocen ya la paz del cielo } bis

¡Más de una vez, el que es Hijo de Dios,
y entonces era niño
y sometido en todo a la obediencia vuestra,
sobre el dulce refugio de vuestro pecho amante
descansó con placer!

Y como vos, nosotros,
en la tranquila soledad, servimos
a María y Jesús,
nuestro mayor cuidado es contentarles,
no deseamos más.

A vos, Teresa, nuestra santa Madre,
acudía amorosa y confiada
en la necesidad,
y asegura que nunca su plegaria
dejasteis de escuchar.

Tenemos la esperanza de que un día,
cuando haya terminado la prueba de esta vida,
al lado de María iremos, Padre, a veros.
Estribillo Bendecid, tierno Padre,
nuestro Carmelo,
y tras el destierro de esta vida }
¡reunidnos en el cielo! }bis

Fecha: 1894. - Compuesta para: sor María de la Encarnación (Josefina
Lecouturier), a petición de ésta. -

La reina del cielo a su hija querida

La reina del cielo a su hija querida María de la Santa Faz

Yo buscando estoy a un niño
que a mi Jesús se parezca,
a mi único Cordero,
para esconder a los dos
en una misma cunita.
Los ángeles de la patria
envidiarían tal suerte;
mas yo te la doy a ti:
María, este niño Dios
tu Dios y esposo será.

Te escojo para que seas
de mi Jesús hermanita.
¿Deseas acompañarle?
¡Posarás en mi regazo!
Te esconderá bajo el manto
que cubre al Rey de los cielos.
Para tus ojos, mi Hijo
será ya brillante estrella.

Para que mi manto pueda
cubrirte junto a Jesús,
tienes que ser pequeñita,
con virtudes infantiles.
Quiero que en tu frente brillen
la dulzura y la pureza.
Mas sobre todo te doy
por virtud la sencillez.

El Dios Uno en Tres personas,
que el ángel temblando adora,
quiere que sólo le des
por nombre «Flor de los campos».
Como blanca margarita
que vive mirando al cielo,
tú has de ser la flor sencilla
del Niño de navidad.



El mundo desconocía
los encantos de este Rey
que se desterró del cielo.
Muchas veces tú verás
cómo en sus dulces ojitos
las lágrimas brillan ya.
Tendrás que olvidar tus penas
para alegrar a mi Niño,
bendecir con alegríalos nobles lazos que te atan
y cantar muy suavemente...

El Dios todopoderoso
que calma a al mar rugiente,
tomando rasgos de niño
se ha hecho débil y pequeño.
El Verbo, que es la palabra,
Palabra eterna del Padre,
que por ti aquí se destierra,
mi dulce Cordero, que es
también tu pequeño hermano,
¡oh, niña, no te hablará!

El silencio es la primera
prenda del amor callado.
Comprendiendo su lenguaje,
deberás siempre imitarle.
Y si alguna vez se duerme,
cerca de él descansarás.
Su corazón vela siempre
y te servirá de apoyo
para poder descansar.

No te inquiete la labor
que has de cumplir cada día;
tu solo quehacer, María,
en la vida es el amor.
16 Puedes decir a quien diga
que tus obras no se ven:
«amo mucho, y en la vida
el amor es mi quehacer».

Jesús hará tu corona
si sólo buscas su amor.
Un día te hará reinar
si le das tu corazón.
Tras la noche de esta vida
verás su dulce mirada,
y a aquella cumbre de arriba
volará tu alma veloz...

Noche de Navidad de 1894
Fecha: 25 de diciembre de 1894. - Compuesta para: Celina, postulante con el nombre de María de la Santa Faz; composición espontánea. -

Historia de una pastora convertida en reina

A sor María Magdalena
en el día de su profesión
en manos de la madre Inés de Jesús.

En este día feliz,
¡oh Magdalena!, a tu lado
venimos a celebrar
el maravilloso enlace,
el dulce enlace que une
con tu celestial Esposo.
Escucha con embeleso
esta encantadora historia
de una pastorcita humilde
a la que un gran Rey llamó
para colmarla de honores,
y ella respondió a su voz.
Estrib. Cantemos a la pastora,
pobrecita de la tierra,
a quien el gran Rey del cielo
en el Carmelo hoy escoge
por esposa.

Erase una pastorcita
que guardaba sus corderos
mientras hilaba la rueca.
Admiraba a cada flor
y escuchaba a cada pájaro,
y comprendía muyel dulcísimo lenguaje
del bosque y del cielo azul.
en todo hallaba la imagen
que le revelaba a Dios.

Ella a Jesús y a María
amaba con gran ardor,
y ellos, amando a Melania,
le hablaron al corazón.
La dulce Reina divina
le dijo amorosamente:
«¿Quieres, Melania, venir
conmigo al Monte Carmelo,
y llamarte Magdalena
y no ganar más que el cielo?

«¡Oh, niña, deja tus campos,
tu rebaño deja, nena!
Allá arriba en mi montaña
mi Jesús y tu Jesús
será tu único Cordero».
Jesús, a su vez, le dijo:
«¡Oh, ven pronto, que tu alma
ha cautivado a la mía!
Por prometida te tomo,
serás mía para siempre.



Dichosa, la pastorcita
oyó la dulce llamada,
y tras la Virgen, su Madre,
llegó a la cumbre del Monte
¡Oh pequeña Magdalena!,
en este dichoso día
es a ti a quien festejamos.
Hoy la pastora es ya reina,
y reina junto a Jesús,
que es su Rey y que es su amor.

Tú lo sabes, hermanita:
servir a Dios es reinar.
Jesús, durante, su vida,
nos lo enseñó claramente:
«Si en la celeste patria

Magdalena, estás contenta
con el lugar que te toca
en este Monte Carmelo.
¿Cómo no habías de estarlo,
si estás tan cerca del cielo?
A Marta y María imitas:
orar y servir a Cristo.
Esta es toda nuestra vida,
nuestra dicha verdadera.

Si, tal vez, el sufrimiento,
el amargo sufrimiento,
visita tu corazón,
haz de él tu dicha y tu gozo:
¡qué dulce es sufrir por Dios!
Y las ternuras divinas
te harán muy pronto olvidar
que caminas sobre espinas,
te parecerá volar...

Hoy hasta el ángel te envidia,
¡quisiera gustar la dicha
que tú posees, María,
siendo esposa del Señor!
Muy pronto podrás cantar,
en el concierto glorioso
de los Tronos y Virtudes,
del Rey Jesús los loores,
del Rey Jesús, que es tu Esposo.
Estr. final Muy pronto la pastorcita,
pobrecita de la tierra,
volando, al cielo se irá
a reinar con el Eterno.
A nuestras Reverendas Madres

A vosotras, nuestras Madres,
a vuestro orar y desvelos,
nuestra hermana Magdalena
debe su dicha y su paz.
Ella sabrá agradeceros
vuestro tierno amor materno,
pidiéndole a su Maestro
que os dé sus dones del cielo.

Y en vuestras coronas,
Madres tan buenas,
brillará la flor
que hoy a él ofrecéis.

Fecha: 20 de noviembre de 1894. - Compuesta para: sor María Magdalena
del Ssmo. Sacramento, para su profesión. La última estrofa está dedicada
a la madre Inés y a la madre María de Gonzaga.

Plegaria de la hija de un santo

Recuerda que en la tierra, en otro tiempo,
en querernos cifrabas tu delicia.
Dígnate ahora oír nuestra plegaria,
protégenos, y sigue bendiciéndonos.
Hoy vuelves a encontrar allá arriba, en el cielo,
a nuestra amada madre,
que hace tiempo llegó a la patria santa.
Allí reináis los dos.
Velad por vuestras hijas.

Acuérdate de tu María ardiente,
de tu fiel corazón la más querida.
Recuerda que su amor
llenó toda tu vida de encanto, gozo y gracia.
Por Dio s tú renunciaste a su dulce presencia,
y bendijiste la divina mano
que el sufrimiento en pago te ofrecía.
De tu Diamante bello,
cuyos reflejos cada vez más brillan,
¡acuérdate!

Acuérdate de tu maravillosa Perla fina,
a quien tú conociste
tierno, débil y tímido cordero.
Mírale ahora fuerte, divinamente fuerte,
y conduciendo del Carmelo santo
al pequeño rebaño.
Hoy es ella la madre de tus hijas,
ven y conduce a la que tanto quieres...
Y, sin dejar el cielo,
de tu amado Carmelo
¡acuérdate!

Acuérdate de la oración ferviente
que un día formulaste por tu tercera hija.
¡Dios la escuchó!
Ella es, igual que sus hermanas,
un lirio que brilla sin igual.
Ya la Visitación la esconde y cela
a los ojos del mundo y su malicia.
Ama al Señor, y ya su paz la inunda,
su dulce paz y su quietud divina.
De sus ardientessuspiros y deseos
¡acuérdate!

Acuérdate de tu leal Celina,
de la que fue tu ángel, como un ángel del cielo
cuando en tu rostro de elegido insigne
se posó la mirada de la faz divina.
Tú reinas ya en el cielo...,
su tarea a tu lado está cumplida,
y ahora a Jesús consagra ella gozosa
su servicio, su amor, toda su vida.
Protege a tu hija,
que con frecuencia dice:
¡acuérdate!

Acuérdate también de tu Reinecita,
de la que fue «la Huérfana de la Bérézina».
Recuerda que tu mano
en su camino incierto le fue guía.
Recuerda que en las horas de su infancia
para Dios conservaba su alma limpia.
De sus bucles de oro
que encantaban tus ojos,
¡acuérdate!

Recuerda que en la paz del mirador
gustabas de sentarla en tus rodillas,
y en ellas, murmurando una plegaria,
con tus dulces canciones la mecías.
En tu rostro un reflejo del cielo ella veía
cuando, al mirar tus ojos
en el lejano espacio se perdían...
y de la eternidad
cantabas la belleza.
¡Acuérdate!

Recuerda aquel domingo luminoso:
unida a ti tu Reina,
en apretado y paternal abrazo,
le diste aquella florecilla blanca,
y con ella, el permiso de volar al Carmelo.
Recuerda, ¡oh padre!, que en sus grandes pruebas,
del más sincero amor pruebas le diste.
En Bayeux, luego en Roma,
le mostraste los cielos.
¡Acuérdate!

Recuerda que la mano del Santo Padre, en Roma,
sobre tu noble frente se posó; mas no pudiste comprender entonces
el oscuro misterio doloroso
que aquel sello divino en ti imprimía...
Ahora tus hijas te alzan su plegaria,
y bendices tu cruz y tu dolor amargo.
En tu frente gloriosa
nueve rayos de cielo se iluminan,
¡nueve lirios en flor!

Fecha: agosto de 1894. - Compuesta para: ella misma, en recuerdo de su padre (fallecido el 29 de julio). -