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martes

Mi esperanza

Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús

12 de junio de 1896.

Me encuentro en tierra extranjera
todavía, mas presiento
la futura, eterna dicha.
Quisiera dejar la tierra
para contemplar de cerca
las maravillas del cielo.
Soñando en aquella vida,
no siento de mi destierro
ni el peso ni la medida.
Pronto volaré, Dios mío,
hacia mi única patria,
¡volaré por vez primera!

Dame, Jesús, blancas alas
para emprender hacia ti,
rauda y alegre, mi vuelo.
Quiero verte, mi tesoro,
quiero volar a las playas
eternas de tu azul reino.
Quiero volar a los brazos
maternales de María,
y descansar en su trono,
que para mí es su regazo,
y de mi Madre queridael dulce beso de amor
¡recibir por vez primera!

No tardes en descubrirme,
¡oh, mi Amado!, la dulzura
de tu primera sonrisa.
Cumple mi ardiente delirio,
déjame estar escondida
en tu corazón divino.
¡Oh dichosísimo instante,
oh felicidad cumplida,
cuando escuche el dulce acento
de tu voz, y cuando pueda
de tu rostro el claro brillo
contemplar por vez primera!




Lo sabes bien, mi martirio,
mi único y solo martirio,
¡oh Corazón de Jesús!,
es tu amor, y si suspiro
por verte pronto en el cielo,
es para amarte, que amarte
más y más cada vez quiero.
En el cielo, emborrachada
dulcemente de ternura,
yo te amaré sin medida,
Jesús, te amaré sin ley.
Y esta mi felicidad
constante y eternamente
me parecerá tan nueva
¡como la primera vez!
La hermanita del Niño Jesús.

Fecha: 12 de junio de 1896. - Compuesta para: sor María del Sagrado Corazón, a petición suya para su cumpleaños. -

miércoles

Al Sagrado Corazón de Jesús

Junto al sepulcro santo,
María Magdalena, en lágrimas deshecha,
se arrodilló en el suelo, buscando a su Jesús.
Los ángeles vinieron a suavizar su pena,
pero no consiguieron suavizar su dolor.
Luminosos arcángeles,
Mas no era vuestro brillo, luminosos arcángeles
lo que esta alma ardiente venía aquí a buscar.
Ella quería ver al Señor de los ángeles,
tomarle en sus brazos y llevarle muy lejos.

Junto al sepulcro santo ella quedó la última,
y al sepulcro volvió antes de amanecer.
Su Dios se hizo también
presente, aunque velando su presencia,
no pudo ella vencerle en la lid del amor...
Cuando llegó el momento,
desvelándole él su faz bendita
envuelta en propia luz,
brotóle de los labios una sola palabra,
fruto del corazón.
Jesús el dulce nombre murmuró de: «¡María!»
y devolvió a María la alegría y la paz.

Un día, mi Señor, como la Magdalena,
quise verte de cerca, y me llegué hasta ti.
Se abismó mi mirada por la inmensa llanura
a cuyo Dueño y Rey yo iba buscando.
Al ver la flor y el pájaro,
el estrellado cielo y la onda pura,
exclamé arrebatada:
«Bella naturaleza, si en ti no veo a Dios,
no serás para mí más que un sepulcro inmenso.

«Necesito encontrar
un corazón que arda en llamas de ternura,
que me preste su apoyo sin reserva,
que me ame como soy, pequeña y débil,
que todo lo ame en mí,
y que no me abandone de noche ni de día».
No he podido encontrar ninguna criatura
capaz de amarme siempre y de nunca morir.
Yo necesito a un Dios que, como yo, se vista
de mi misma y mi pobre naturaleza humana,
que se haga hermano mío y que pueda sufrir.

Tú me escuchaste, amado Esposo mío.
Por cautivar mi corazón, te hiciste
igual que yo, mortal,
derramaste tu sangre, ¡oh supremo misterio!,
y, por si fuera poco,
sigues viviendo en el altar por mí.
Y si el brillo no puedo contemplar de tu rostro
ni tu voz escuchar, toda dulzura,
puedo, ¡feliz de mí!,
de tu gracia vivir, y descansar yo puedo
en tu sagrado corazón, Dios mío.

¡Corazón de Jesús, tesoro de ternura,
tú eres mi dicha, mi única esperanza!
Tú que supiste hechizar mi tierna juventud,
quédate junto a mí hasta que llegue
la última tarde de mi día aquí.
Te entrego, mi Señor, mi vida entera,
y tú ya conoces todos mis deseos.
En tu tierna bondad, siempre infinita,
quiero perderme toda, Corazón de Jesús.

Sé que nuestras justicias y todos nuestros méritos
carecen de valor a tus divinos ojos.
Para darles un precio,
todos mis sacrificios echar quiero
en tu inefable corazón de Dios.
No encontraste a tus ángeles sin mancha.
En medio de relámpagos tú dictaste tu ley
¡Oh corazón sagrado, yo me escondo en tu seno
y ya no tengo miedo, mi virtud eres tú !

Para poder un día contemplarte en tu gloria,
antes hay que pasar por el fuego, lo sé.
En cuanto a mi me toca, por purgatorio escojo
tu amor consumidor, corazón de mi Dios.
Mi desterrada alma, al dejar esta vida,y luego,
dirigiendo su vuelo hacia la patria,
¡entrar ya para siempre
en tu corazón...!

Fecha: 21 de junio o de octubre de 1895. - Compuesta para: sor María del
Sagrado Corazón, a petición de ésta. -

Cántico de un alma

Cántico de un alma que ha encontrado el lugar de su reposo.

¡Hoy rompes, Jesús mis lazos!
En la Orden de María
podré hallar todos los bienes de verdad.
Si abandono a mi familia entrañable,
de tus celestes favores tú la sabrás colmar.
Y a mí el perdón me darás de los pobres pecadores...


En el Carmelo, Jesús,
debo vivir, pues tu amor
a este oasis me ha llamado.
Aquí te quiero seguir,amarte, y pronto morir.
¡Aquí, mi Jesús, aquí!


En este día, Señor, colmas todos mis deseos.
En adelante podré, cerca de la Eucaristía,
inmolarme noche y día, inmolarme silenciosa,
y esperar en paz y en calma tu llegada para el cielo.
Exponiéndome a los rayos de la hostia inmaculada,
en esta hoguera de amor pronto me iré consumiendo,
y te amaré, Jesús mío, como un serafín del cielo.


Cuando terminen, Señor,
mis días aquí en la tierra,
que será pronto, a la playa
eterna te seguiré.





¡En el cielo vivir siempre!
¡Amarte y nunca morir!
¡Para siempre! ¡Para siempre...!


Fecha: 15 de agosto de 1895. - Compuesta para: María Guérin, a su entrada en el Carmelo (sor María de la Eucaristía).

Mi cielo en la tierra

Es tu imagen inefable
astro que guía mis pasos.
Tu dulce rostro, Jesús,
bien lo sabes,
es en la tierra mi cielo.
Mi amor descubre el encanto
de tu rostro embellecido de llanto.
Y a través de mis lágrimas yo sonrío
contemplando tus dolores.

Quiero, para consolarte,
vivir ignorada y sola
aquí en la tierra.
Tu hermosura,
que tan bien sabes velar,
me descubre
todo su inmenso misterio,
y a ti quisiera volar.

Tu faz es mi sola patria,
ella es mi reino de amor,
es mi riente pradera
y mi sol de cada día.
Ella es el lirio del valle,
cuyo aroma misterioso
a mi alma desterrada
en su destierro consuela,
dándole a gustar la paz
de los cielos.

Es mi descanso y dulzura
y mi lira melodiosa...
Es tu rostro,
¡oh mi dulce Salvador!,
el ramillete divino
de mirra, que guardar quiero
prendido sobre mi pecho.



Es tu faz
mi única y sola riqueza,
ninguna otra cosa pido.
En ella, escondida siempre,
a ti me pareceré.
Deja en mí, Jesús, la huella
de tus dulcísimos rasgos,
y muy pronto seré santa,
y hacia ti los corazones
atraeré.

A fin de poder juntar
abundante mies dorada,
con tu fuego quémame.
No tardes, Amado mío,
en darme tu eterno beso.
¡Con tus labios bésame!

Fecha: 12 de agosto de 1895. - Compuesta para: sor María de la Trinidad
(entonces María Inés de la Santa Faz), para sus veintiún años. -

El cántico de Celina

¡Hoy me gusta evocar
los recuerdos benditos de mi infancia!
Para guardar la flor de mi inocencia
siempre pura y sin mancha,
Dios puso en torno mío una cerca de amor,
A pesar de ser yo tan pequeña,
me hallaba rodeada de ternura,
y de mi corazón en lo más hondo
nació la fiel promesa de desposarme un día
con Jesús, Rey de los cielos, Rey de los elegidos.

Desde la primavera de mi vida
a la Virgen María y a san José yo amaba.
Y ya mi alma se abismaba entera,
extasiada y feliz, cuando en mis ojos
el cielo reflejaba su belleza.
Me gustaban los campos, los trigales,
la colina lejana y la llanura.
Y era tanta mi dicha cuando con mis hermanas
cogíamos las flores,
que hasta el aliento a veces me faltaba.

Me gustaba coger las hierbezuelas,
las florecillas todas, los acianos.
Me gustaba muchísimo el perfume
de las moradas violetas claras,
y el de las primaveras, sobre todo.
Me gustaban la blanca margarita,
los hermosos paseos del domingo,
el pájaro ligero gorjeando en la rama
y el radiante color azul del cielo.

Me gustaba poner todos los años
junto a la chimenea mis zapatos,
y apenas despertaba, iba corriendoy cantando canciones
de la fiesta del cielo. ¡Navidad!
De mamá me encantaba la sonrisa,
su mirada profunda parecía decir:
«La eternidad me atrae, me cautiva,
al cielo azul iré ¡para ver allí a Dios!

«Encontraré en la patria
a la Virgen María y a mis ángeles ...
¡Y de las hijas que en la vida dejo,
los corazones y también las lágrimas
ofreceré a Jesús.
0 Amaba a Jesús Hostia,
que vino en la mañana de mi vida
a prometerse a mi alma enajenada.
¡Oh, con cuánta alegría el corazón le abrí!

Y más tarde amé a la criatura
que yo veía más pura,
a Dios buscando en su creación.
Y en El, sólo en él hallé la paz.
Y también me gustaba, en aquel mirador
inundado de luz y de alegría,
recibir de mi padre los besos y caricias,
y acariciar yo misa sus cabellos
blancos como la nieve.

Sentada con Teresa en sus rodillas,
durante las veladas, largo rato
a las dos nos mecía, lo recuerdo muy bien,
y aún me parece oír de sus tonadas
y de su voz el dulce y grave acento.
¡Recuerdos dulces, que entrañáis sosiego
y me hacéis revivir tantas cosas lejanas...,
las cenas, el perfume de las rosas,
los Buissonnets, henchidos de una limpia alegría,
y los claros veranos!

Al llegarse la noche,
cuando todo rumor vano se apaga,
me sentía feliz expansionando mi alma
con mi Teresa en dulce desahogo.
Mi corazón y el suyo
formaban, confundidos, uno solo.
Entonces se mezclaban nuestras voces,
soñando en el Carmelo...
y soñando en el cielo.

En Suiza y en Italia me encantaron
los frutos de oro bajo el cielo azul.
Me gustó, sobre todo, la mirada,
toda llena de vida,
que el santo anciano, el papa,
el Pontífice Rey, me dirigió.
Con amor te besé,
¡oh tierra bendita del Coliseo augusto!
La bóveda sagrada y silenciosa
de las santas y oscuras catacumbas
repitió dulcemente el eco de mi canto.

Tras mi dicha vinieron el dolor y las lágrimas.
¡Muchas y amargas lágrimas!
Me vestí la armadura de mi Esposo,
y fue su cruz mi escudo y mi consuelo.
Durante largo tiempo estuve desterrada,
lejos, ¡ay, si, qué lejos!, de mi familia amada;
y sin tener siquiera, cual pobre cierva herida,
el refugio de un simple agavanzo en flor.

Mas un atardecer, mi alma enternecida
percibió la sonrisa de María,
y una gota bendita de su sangre
se tornó (¡ah, qué dicha!) en leche para mí
Gustaba, por entonces,
de apartarme del mundo y de sus ruidos,
para oír cómo el eco, desde lejos,
respondía a mi voz,
y en el fecundo, en el umbroso valle,
en medio de mis lágrimas, yo recogía flores.

Me gustaba escuchar
de la lejana iglesia la campana
tañendo vagamente.
Me sentaba en el campo
para oír el susurro de la brisa
al caer de la tarde.
Me embobaba mirando
las golondrinas en su raudo vuelo,
y escuchando, callada,
el plañidero canto de las tórtolas.
Me gustaba sentir el ruido de alas.

Me gustaba la gota de rocío,
la cantora cigarra,
la virginal abeja preparando la miel
desde su mismo despertar.
Gustaba yo de recoger el brezo,
corriendo sobre el leve y blando musgo;
cazar las mariposas,
en frágil vuelo sobre los helechos
y pintado en sus alas el puro azul del cielo.

Amaba a las luciérnagas en la sombra,
y amaba las estrellas incontables.
Y, sobre todo, el disco plateado
de la luna en la noche.
En su última vejez
me gustaba rodear a mi padre de ternura.
El lo era para mí todo en la vida:
hijo, dicha, riqueza.
¡Ah, cuántas veces y con qué cariño
le estrechaba en mis brazos!

Nos gustaba escuchar el dulce ruido de las olas
y el retumbo encendido de la oscura tormenta,
y en la quietud profunda de la tarde
del ruiseñor la voz en el fondo del bosque.
Pero su hermoso rostro una mañana
la imagen, con sus ojos, buscó del crucifijo...
Al marchar, me dejó su postrera mirada,
la prenda de su amor. ¡Aquella era mi parte!

Con su divina mano, con su amorosa mano,
a Celina Jesús le arrebató
el único tesoro que tenía,
¡y llevándolo lejos, lejos de la colina,
lo colocó en el cielo, cerca del Dios eterno!
Ahora estoy prisionera,
muy lejos de la tierra y de sus bosques.
vi que todo es en ella efímero y caduco,
¡toda mi dicha, en ella, vi apagarse y morir!

Bajo mis pies se magulló la hierba,
y en mis manos la flor se marchitó...
Jesús, por tu pradera correr quiero,
no dejarán en ella mis pies huella.
Como un ciervo sediento
va suspirando por las aguas vivas,Para calmar mi sed y mis ardores
hacen falta tus lágrimas...

Sólo tu amor me arrastra. En la llanura
mi rebaño dejé, ya no lo cuido.
Complacer sólo quiero
a mi nuevo Cordero, a mi Cordero único.
El Cordero a quien amo eres tú, mi Jesús.
Me bastas, ¡bien supremo!, todo lo tengo en ti,
tengo la tierra y hasta tengo el cielo.
Tú eres la flor, Rey mío, que yo corto.

Jesús, Lirio del valle, me cautivó tu aroma.
Ramillete de mirra, corola perfumada,
dentro del corazón quiero guardarte
y en él darte mi amor.
Junto a mí va tu amor, siempre conmigo.
En ti tengo los bosques y campiñas,
los ríos, las montañas, la pradera,
la lluvia de los cielos y la nieve.

Todo lo tengo en ti:
los trigos y las flores entreabiertas,
los botones de oro, las miosotis y rosas.
El perfume poseo y la frescura de los blancos lirios.
En ti tengo la lira melodiosa,
la soledad sonora, los ríos y las rocas,
la graciosa cascada, el gamo saltador,
la gacela, los corzos y la ardilla.

En ti tengo también
el arco iris y la nieve pura,
el inmenso horizonte y la verdura,
las ínsulas extrañas y las maduras mieses,
las leves mariposas,
los campos y la alegre primavera.
En tu amor, ¡oh Jesús!, también encuentro
las palmeras esbeltas que el sol dora,
la noche en par de los levantes de la aurora,
las aves y el suave murmullo del arroyo.

Tengo en ti los racimos deliciosos,
las graciosas libélulas,
la selva virgen llena de flores misteriosas.
Tengo a todos los niños, rubios, pequeñitos,
con sus alegres cantos.
Tengo en tí las colinas y las fuentes
tengo vincapervincas, madreselvas,
agavanzos, vejucos,
flores blancas de espino y los frescos nenúfares.

Tengo la avena, loca y tembladora,
la voz grave y potente de los vientos,
el hilo de la Virgen,
la llama ardiente, el céfiro ligero,
los zarzales floridos y los nidos.
Tengo el hermoso lago,
el valle solitario, oscuro de árboles,
la ola plateada del océano,
peces dorados
y los raros tesoros de los mares.

Yo tengo en ti la nave que navega
por alta mar y lejos de la playa,
el surco de oro y la tranquila costa.
Tengo el fuego del sol cuando se va del cielo
festoneando con su luz las nubes.
En ti, Jesús, yo tengo la palmera pura;
y bajo el burdo sayal de que me visto,
valiosas joyas, ricos aderezos,
anillos y diamantes, brillantes y collares.

Tengo en ti la brillante y clara estrella.
Muchas veces tu amor se me descubre,
y entonces yo percibo, como a través de un velo,
al declinar el día,
la caricia divina de tu mano.
Tú sostienes los mundos con tu mano,
tú plantas las profundas, las oscuras florestas,
y en un volver de ojos las fecundas.
Con mirada de amor me sigues siempre.

Tengo tu corazón y tu adorado rostro,
y esa mirada tuya que me ha herido.
De tu sagrada boca el beso tengo.
Te amo, Jesús, y nada más deseo.
Iré a cantar al cielo con los ángeles
de tu sagrado amor las alabanzas.
Haz que yo vuele pronto a formar en sus filas,
¡que yo muera de amor, Jesús, un día.

La mariposa se lanza contra el fuego,
fuertemente atraída
por su encendida y clara transparencia.
De ese modo tu amor es mi esperanza,
quiero volar a él y en él quemarme ...
¡Oigo ya que se acerca, mi Dios, tu eterna fiesta!
Tomaré de los sauces mi arpa muda
y en tus rodillas a sentarme iré,
¡para allí verte...!

Y muy cerca de ti veré a María,
a los santos veré y a mi familia amada.
Después de este destierro de la vida,
yo volveré a encontrar allá en el cielo
el hogar paternal...

Fecha: 28 de abril de 1895. - Compuesta para: sor Genoveva, a petición
de ésta, para su cumpleaños (veintiséis).