jueves

11. una flor

Avanza prácticamente sola hacia su meta, su sueño altivo de santidad. Sola... no se ha atrevido a hablar de ello con nadie más. No tiene confesor fijo ni director de conciencia, sin embargo, tiene la certeza interior de estar en la verdad.

Se ha fijado a sí misma una fecha. Quiere entrar antes de Navidad, el día aniversario de su gran cambio. Decide hablar de ello con su padre y lo hace en la tarde de la fiesta de Pentecostés. Su padre contempla, sentado y con las manos juntas, el atardecer.

"Yo sentía que la paz inundaba su corazón". Escribirá Teresa después.

Se sienta a su lado, con miedo.
-¿Qué tienes?, cuéntamelo...

Llorando, Teresa suelta su confesión: el Carmelo...

Entonces, el anciano también se puso a llorar. ¡Otra más! Y esta vez es su pequeña reina, la que tenía que velar su ancianidad. Pero no dice nada de su sufrimiento, simplemente le indica su juventud para entrar en el Carmelo. Ella insiste. El acaba aceptando.

Continúan su paseo los dos juntos. Le habla "como un santo". El anciano arranca una flor blanca y se la da a su hijita, en recuerdo de aquel día. Teresa la recibe como una reliquia. Las raíces, arrancadas con la planta, han quedado intactas, y nuestra pequeña poeta de catorce años cree ver en ello un símbolo: la imagen de su propia vida. No se arranca de su hogar para morir, sino para ser transplantada.



Ella conservará siempre esta flor que su padre le ofreció aquel día en que ella le pidió que sufriera tanto y aceptara tanto.

No hay comentarios: