domingo

Jesús, amado mío

Jesús, amado mío, acuérdate.

Acuérdate, Jesús, de la gloria del Padre,
del esplendor divino que dejaste en el cielo
al bajar a esta tierra, al desterrarte
de aquella eterna patria
por rescatar a todos los pobres pecadores.
Bajando a las entrañas de la Virgen María,
velaste tu grandeza y tu gloria infinita.
Del seno maternal
de tu segundo cielo ¡acuérdate!
Acuérdate que el día en que naciste
los ángeles bajaron a la tierra
y cantaron a coro:
«¡Gloria, honor y potencia a nuestro Dios,
y la paz a los hombres de buena voluntad!»
Tras diecinueve siglos,
sigues cumpliendo siempre tu promesa.
La paz es la riqueza de tus hijos.
Para gustar por siempre
la inefable paz tuya,
¡yo vengo a ti!

Yo vengo a ti, en tu cuna
quiero, Niño, quedarme para siempre,
entre esos tus pañales escóndeme contigo.
Ahí podré cantar a coro con los ángeles,
recordarte las fiestas de estos días.
Acuérdate, Jesús, de los pastores,
y de los Reyes Magos,
que con gozo sus dones te ofrecieron,corazón y homenaje.
Del cortejo inocente
que por ti dio su sangre ¡acuérdate!
Acuérdate de que los dulces brazos
de María, tu Madre, preferiste
a tu trono de rey.
Para sostener tu vida, pequeño Niño mío,
sólo tenías la leche virginal.
A ese festín de amor que tu madre te da,
invítame, Jesús, tú que eres mi hermanito.
De tu pequeña hermana,
que te hizo palpitar, ¡acuérdate!

Acuérdate de que llamaste padre
al humilde José, quien por orden del cielo
supo, sin despertarte del materno regazo,
arrancarte a las iras de un mortal.
Verbo de Dios, acuérdate de aquel misterio extraño:
¡Tú guardaste silencio e hiciste hablar a un ángel!
Del lejano destierro
a la orilla del Nilo ¡acuérdate!!
Acuérdate, Jesús, de que en otras riberas
los mismos astros de oro y la luna de plata
que yo contemplo en el azul sin nubes
tus ojitos de niño
encendieron de gozo y maravilla.
Con la misma manita
con que a tu dulce Madre acariciabas
sostenías el mundo y le dabas la vida.
Y pensabas en mí,
¡oh mi pequeño Rey!,¡acuérdate!

Acuérdate, Señor, de que en la soledad
con tus divinas manos trabajaste.
Vivir en el olvido fue tu mayor cuidado,
despreciaste la ciencia de los hombres.
Tú que con sola una palabra dicha
por tu divina boca
sumir podías en asombro al mundo,
te complaciste en esconder a todos
tu profundo saber, ciencia infinita.
Pareciste ignorante,siendo el Omnipotente, ¡acuérdate!
Acuérdate de haber vivido errante,
extranjero en la tierra, ¡oh Verbo eterno!
Ni una piedra tuviste ni un abrigo,
ni tan siquiera el nido que los pájaros tienen...
Ven, ¡oh Jesús!, a mí, reclina tu cabeza,
ven..., para recibirte tengo dispuesta el alma.
Sobre mi corazón
descansa, Amado mío,
¡mi corazón es tuyo!

Acuérdate de qué ternura inmensa
tú colmaste a los niños pequeñitos.
¡Yo deseo también recibir tus caricias,
dame tus deliciosos, suaves besos!
Para gozar un día
de tu dulce presencia allá en el cielo,
practicaré en la tierra
las pequeñas virtudes de la infancia.
Muchas veces dijiste:
«El cielo es de los niños...», ¡acuérdate!
Acuérdate, Jesús: junto al brocal de un pozo,
un viajero, cansado del camino,
hizo que rebosaran sobre cierta mujer samaritana
los raudales de amor que encerraba su pecho.
¡Yo sé quién es aquel que pidió de beber:
él es el Don de Dios, la fuente de la gloria!
Es él,agua que brota,
Es él, que nos ha dicho:
«¡Venid a mí!

Venid a mí vosotras, pobres almas cargadas,
vuestras pesadas cargas pronto se harán ligeras,
y, saciada la sed ya para siempre,
de vuestro seno fuentes manarán».
YO tengo sed, Jesús, esa agua pido,
que me inunden el alma sus divinos torrentes.
Por fijar mi morada
en el mar del amor
¡yo vengo a ti!
Acuérdate, Jesús, de que, a pesar de ser
hija yo de la luz,
¡ay!, de servir a mi Rey me olvido con frecuencia.
De mi miseria inmensa ten piedady en tu infinito amor perdóname.
En las cosas del cielo, Señor, hazme una experta,
muéstrame los secretos que tu Evangelio esconde.
Haz que este libro de oro
sea mi gran riqueza, ¡acuérdate!

Acuérdate, Jesús, del poder asombroso
que tu divina Madre tuvo y tiene
sobre tu corazón.
Acuérdate de haber cambiado un día
el agua clara en delicioso vino,
obedeciendo a su sencilla súplica.
Dígnate transformar mis mortecinas obras
y a la voz de tu Madre, dales vida.
De que yo soy tu hija,
mi Jesús, con frecuencia ¡acuérdate!
Acuérdate, Señor: muchas veces subías
a las altas colinas al caer de la tarde.
Recuerda tu oración, tus divinas plegarias
y tus himnos de amor mientras todos dormían.
Y yo en mis oraciones, en mi oficio divino,
ofrezco con delicia mi oración, ¡oh Dios mío!
Junto a tu corazón
canto entonces gozosa, ¡acuérdate!

Acuérdate de que al mirar los campos,
tu corazón divino presagiaba la siega,
con los ojos alzados a la santa Montaña,
murmurabas los nombres de tus predestinados...
Para que tu cosecha recoger pronto puedas,
mi Dios, todos los días me inmolo y te suplico.
Son mi llanto y mi gozo
para tus segadores, ¡acuérdate!
Acuérdate, Jesús, del gozo de los ángeles,
del júbilo que habrá en tu reino del cielo
entre sus elegidos moradores,
al ver que un pecador alza hacia ti sus ojos.
Yo quiero acrecentar esa gran alegría,
y por los pecadores rogaré sin cesar.
Porque al Carmelo vino
para poblar tu cielo, ¡acuérdate!

Acuérdate de aquella dulce llama
que hacer arder querías en nuestros corazones.
En mi alma has encendido ese fuego del cielo,
y yo quiero, también, derramar sus ardores.
Una débil centella, ¡oh misterio de vida!,
levantar puede sola un grandísimo incendio.
Muy lejos quiero llevar
¡oh Dios mío!, tu fuego, ¡acuérdate!
Acuérdate de la grandiosa fiesta
que te dignaste da al hijo arrepentido.
Acuérdate igualmente de que al alma que es pura
tú mismo la alimentas día a día.
Recibes con amor al hijo pródigo,
mas las olas de amor
que de tu corazón al mío vienen,
ésas no tienen número ni dique.
Tus bienes míos son,
mi Rey, Amado mío, ¡acuérdate.

Acuérdate de que al, obrar milagros,
despreciaste la gloria y exclamaste:
«¿Cómo podéis creer
los que buscáis la estima de los hombres?
Halláis maravillosas las obras que yo hago,
mayores las harán los que son mis amigos».
¡Qué humilde y dulce fuiste,
Jesús, mi tierno Esposo!, ¡acuérdate!
Acuérdate de que, en un trance santo
de divina embriaguez, tu apóstol virgen
descansó su cabeza sobre tu corazón.
¡Señor, en su descanso
conoció tu ternura, comprendió sus secretos!
No me siento celosa del discípulo amado,
también yo tus secretos conozco, soy tu esposa.
Duermo sobre tu pecho,
divino Salvador,
¡él es mío!, ¡acuérdate!

Acuérdate de aquella triste noche,
noche de tu agonía,
en la que con tu sangre se mezclaron tus lágrimas.
¡Perlas de amor, cuyo infinito preciohizo que germinaran
en esta tierra virginales flores!
Un ángel, al mostrarte esta mies escogida,
renacer hizo el gozo de tu bendita alma.
Mas tú, Jesús, me viste
en medio de tus lirios, ¡acuérdate!
Acuérdate, Señor, que tu rocío fecundo,
virginizando el cáliz de las flores,
capaces las volvió, ya en esta vida,
de engendrar multitud de corazones.
Soy virgen, ¡oh Jesús! No obstante, ¡qué misterio!,
al unirme yo a ti, soy madre de almas.
De las vírgenes flores
que salvan pecadores, ¡acuérdate!

Acuérdate: un Condenado a muerte,
abrevado de amargo sufrimiento,
alzó al cielo los ojos y exclamó:
«¡Un día me veréis aparecer con gloria
nimbado de poder sobre las nubes!»
Nadie creer quería que el Hijo de Dios fuese,
pues su gloria inefable permanecía oscura.
Príncipe de la paz,
yo sí te reconozco,
¡yo creo en ti...!
Acuérdate de que hasta entre los tuyos
siempre desconocido fue tu divino rostro.
Pero a mí me dejaste tu dulce y pura imagen,
y bien sabes, Señor, que siempre
yo te reconocí...
Te reconozco, sí, ¡oh rostro eterno!,
aun a través del velo de tus lágrimas
descubro tus encantos.
De todos los corazones
que recogen tus lágrimas, Jesús, ¡acuérdate!

Acuérdate de la amorosa queja
que, clavado en la cruz, se te escapó del pecho.
¡En el mío quedó, Señor, grabada,
y por eso comparte el ardor de tu sed!
Y cuanto más herido se siente por tu fuego,
más sed tiene, Jesús, de darte almas.
De que una sed de amorme quema noche y día
¡acuérdate!
¡Acuérdate, Jesús, Verbo de vida,
de que tanto me amaste, que moriste por mí!
También yo quiero amarte con locura,
también por ti vivir y morir quiero yo.
Bien sabes, ¡oh Dios mío!, que lo que yo deseo
es hacer que te amen y ser mártir un día.
Quiero morir de amor.
Señor, de mi deseo ¡acuérdate!

Acuérdate de aquello que dijiste
el día de tu triunfo:
«¡Dichoso el que sin ver en plenitud de gloria
al Hijo del Altísimo, sin embargo creyó!»
Desde la oscura noche de mi fe
yo te amo ya y te adoro.
Para verte, Jesús, espero en paz la aurora.
De que no es mi deseo
aquí en la tierra verte ¡acuérdate!
Acuérdate de que, subiendo al Padre,
no podías dejarnos aquí huérfanos,
y haciéndote en la tierra prisionero
supiste velar bien tu resplandor divino.
Pero es pura y radiante la sombra de tu velo,
Pan vivo de la fe, alimento celeste.
¡Oh misterio de amor!
¡Mi pan de cada día
Jesús, eso eres tú!

No obstante las sacrílegas blasfemias
con que insultarte intentan
los enemigos que en el mundo tiene
el dulce Sacramento de tu amor,
tú me muestras, Jesús, cuánto me amas,
pues en mi corazón a morar vienes.
¡Oh Pan del desterrado! ¡Hostia santa y divina!
Ya no soy yo quien vive,
sino que vivo de tu propia vida.
¡Tu dorado copón
preferido entre todos,
Jesús, soy yo!
Soy para ti un santuario vivo,
que los malvados profanar no pueden.Quédate siempre en mí, ¿no es, acaso, un parterre
mi corazón
donde todas las flores se vuelven hacia ti?
Mas si tú te alejaras, blanco Lirio del valle,
tú lo sabes muy bien, mis flores
serían prestamente deshojadas.
¡Siempre, Jesús, mi Amado
y perfumado Lirio,
florece en mí!

Acuérdate de que en la tierra quiero
consolarte, Señor, del negro olvido
al que los pecadores te condenan.
¡Amor único mío, escucha mi plegaria,
para amarte, Jesús, dame mil corazones!
Pero no basta aún,
¡oh Belleza suprema! ¡Para amarte
dame tu propio corazón divino!
De mi deseo ardiente,
Señor, a cada instante ¡acuérdate!
Acuérdate, Señor,
de que es tu santa voluntad mi dicha
y mi único reposo.
Sin temor en tus brazos me duermo y abandono,
divino Salvador.
Si mientras ruge el huracán tú duermes,
yo seguiré sumida en una paz profunda.
Mas, Jesús, mientras duermes,
para tu despertar
¡prepárame!

Acuérdate, Señor,
de que vivo en la espera del gran día.
Que, por fin, aparezca
el ángel
y nos convoque a todos:
«¡El tiempo se acabó, despertad ya!»
Yo hendiré entonces rápida el espacio
y muy cerca de ti ocuparé un lugar.
En la morada eterna
mi cielo serás tú,
¡acuérdate!

Fecha: 21 de octubre de 1895. - Compuesta para: sor Genoveva, con ocasión de su santo (Celina), a petición de ésta.

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